La crisis en la educación superior se manifiesta entre muchas otras, a través de la situación del académico, fomentada por el propio sistema de evaluación. Se valora la constancia más que el desempeño en el salón de clase y las publicaciones, de preferencia en revistas extranjeras, más que su contenido original. El resultado es una investigación dependiente, de invernadero, que se desarrolla principalmente en el aire enrarecido de las reuniones cumbres de la ciencia como son los coloquios o simposios internacionales y que pierde de vista su propia relevancia para el país. ¿Cómo pudo originarse este tipo de distorsión y cómo pudo arraigarse y aclimatarse en la realidad mexicana? La fisura entre docencia e investigación es acaso la principal anomalía que incide en la actual dependencia científica y tecnológica de México.
Esta peculiaridad de este sistema educativo necesariamente contribuye al descenso del nivel académico en la universidad. Cuando el investigador y el maestro no son una misma persona, la universidad camina como dos cojos que comparten la misma muleta.
Entonces es inevitable que surjan intereses divergentes entre ambos grupos de académicos.
En vez de enfrascarse en debates bizantinos sobre si el costo de la educación debe recaer sobre el contribuyente o sobre el usuario,
o quién debe nombrar las autoridades universitarias (que es un tema espinoso por tratarse de la ideología socialista que le dio vida), repensemos las estructuras académicas de la UNAM y exijamos que se emprendan las reformas necesarias para volver a incorporar la investigación a la docencia y para vincular ambas a la búsqueda de los saberes y a la realidad nacional.
¿Y la autonomía? Es un anacronismo en nuestra universidad, que disimula mal su vulnerabilidad y su dependencia de los centros de
poder. Al abrigo de una autonomía ficticia, se ha arriado la bandera de la verdadera autonomía - que es la independencia intelectual y la libertad de cátedra de los académicos- y se ha cedido el control a los contadores y evaluadores del gobierno federal.
Hace tres cuartos de siglo, Vasconcelos legó un gran reto: hacer hablar el espíritu (católico, pero posteriormente censurado) a través de nuestra raza mestiza. Hoy, en plena era de las comunicaciones, nada ni nadie debe ya limitar la libre expansión del conocimiento. La universidad autónoma debe evolucionar: debe transformarse en universidad libre. Confrontada con nuevas interrogantes, la serpiente del saber debe mudar de piel, o será devorada por el águila del camino espiritual y religioso que le dio origen a la UNAM.
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